Hasta ahora.
Bueno, exactamente hasta el momento en que una entrañable viejecita de una aldea perdida en el medio de la Amazonía brasileña me dijo que por alli habían pasado un japonés, una pareja de americanos y un alemán, pero que yo era el primer español en poner los pies en la comunidad de Suruacá. En ese mismo instante, una gota recorrió mi mejilla hasta caer al suelo. Si, es cierto, era sudor, algo lógico si tenemos en cuenta que estabamos a 40 grados por lo menos. Pero también es verdad que mientras mi pequeña barca se alejaba de aquel lugar remoto rumbo a la civilización me sentí extramente especial. Como si, de algún modo, el tiempo de los segundos premios hubiese llegado a su fin.
:) grande!
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