28 dic 2010

Rebajas

En un adelanto inusual del periodo de rebajas he vendido mi alma al diablo, aunque por una cantidad que casi podría decirse que la he regalado. Lo he hecho, si, y al hacerlo he roto de paso alguno de mis inquebrantables principios y he pospuesto indefinidamente varios de mis sueños profesionales. Todo a cambio de un sueldo ínfimo, de un futuro incierto y de una ciudad, Madrid, en la que ya no espera nadie, a la que llego tarde. Como siempre, tarde. Y a cambio también de un puñado de adrenalina, la justa y necesaria para despertar del letargo, quitarme las telarañas de autocompasión y escapar por un tiempo del desierto en el que llevo meses vagando sin rumbo fijo. Antes de hacerlo, eso si, queda tiempo para un último brindis con mis compañeros de viaje y oasis. Con los que se quedan guardándome mi parcela de desierto por si decido volver, con los que se marchan cerca, los que se marchan lejos y los que lo harán todavía un poco más allá, como al otro lado del mundo.