6 sept 2010

Tratamiento

Ando refugiado tras las 42 pulgadas de una pantalla que me sirve de escudo protector, introduciéndome por las rendijas de los fotogramas en vidas ajenas que evitan que pose los ojos sobre la mía. Me intoxico con lo más corrosivo que los productores televisivos jamás soñaron emitir en horario infantil. Me doy mi ronda de latigazos cada cuatro horas y me regodeo en autocompasión siempre que hay oportunidad. Todo ello acompañado de una dieta rica en esas sustancias que, a largo plazo, sabes que acabarán por colapsar tu organismo pero que, a corto plazo, te regalan cierta paz de espíritu. Lo macero todo con ginebra, para no perder las buenas costumbres. Y, sin embargo, pese a seguir el tratamiento con pulcra dedicación, no percibo mejoría alguna en mi cuadro clínico. Por ello, no puedo evitar preguntarme si quizás en esta ocasión estoy peor de lo que pensaba o si, por el contrario, tal vez debiera cambiar de doctor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario