30 nov 2009

Día 327. Segundo premio

Lo reconozco, desde pequeño siempre he querido ser el primero en algo. Pero también desde pequeño tuve que aprender que eso no iba a ser fácil. Más bien al contrario, entendí pronto que mi vida iba a ser una recopilación de segundos premios. O terceros, o incluso cuartos. A veces, con suerte, podría estar entre los mejores. Nunca el mejor, nunca el primero.

Hasta ahora.
Bueno, exactamente hasta el momento en que una entrañable viejecita de una aldea perdida en el medio de la Amazonía brasileña me dijo que por alli habían pasado un japonés, una pareja de americanos y un alemán, pero que yo era el primer español en poner los pies en la comunidad de Suruacá. En ese mismo instante, una gota recorrió mi mejilla hasta caer al suelo. Si, es cierto, era sudor, algo lógico si tenemos en cuenta que estabamos a 40 grados por lo menos. Pero también es verdad que mientras mi pequeña barca se alejaba de aquel lugar remoto rumbo a la civilización me sentí extramente especial. Como si, de algún modo, el tiempo de los segundos premios hubiese llegado a su fin.






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